Manuel Valdivia Rodríguez
Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo,
ambos ojos en la playa…
Góngora
Cada lector entabla una relación particular con los libros que lee. Por eso, las historias personales en cuanto a la lectura, como en muchas cosas, son disímiles. Pido permiso para contar tres de las mías. Una, la lectura de Narciso y Goldmudo, de Herman Hesse. Debo haber leído el libro dos o tres veces, pero no sucesivamente. Avanzaba un párrafo, tan henchido de sugerencias, tan pleno en belleza formal, que no podía resistir la tentación de volver a leerlo, y así, página tras página. Dos, la de La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, que devoré de un tirón, postergando todo, hasta labores de trabajo, porque no podía dejar un libro que ponía ante mis ojos una época terrible de la historia latinoamericana. Tres, la de El perfume, de Patrick Süskind, una novela sobrecogedora que me atrapó pero que debí seguir con largos descansos, porque el ánimo conturbado no puede tolerar una lectura continuada. Así sucede con los libros, que son como seres vivos que nos obligan a aproximaciones diferentes, que se nos imponen o se nos rinden, pero siempre de modo distinto.
Lee el resto de esta entrada »