Manuel Valdivia Rodríguez
Cada año, el tercer miércoles de agosto se celebra el Día mundial de la caligrafía. Si tomamos al pie de la letra los términos, tendríamos que hablar del día de la escritura hermosa. Podrían celebrarlo los artistas creadores de tipos de letra, como antes fueron Garamond, Bodoni, Baskerville y otros que crearon hermosas familias de letras para la imprenta y que aun hoy usamos en nuestras computadoras. O podrían celebrarlo Austin Palmer, que diseñó la escritura que lleva su nombre, o Edward Johnston, a quien le debemos las formas de la letra Script que usamos (o debiéramos usar) en nuestras escuelas. Ellos y sus seguidores podrían hablar de caligrafía, y también quienes escriben con las caligrafías orientales como en Japón, China y países árabes.
Nosotros no podemos celebrar el día porque entre nosotros la escritura es descuidada, si no torpe y a veces ilegible. En la educación primaria no hay mayor preocupación por la calidad de la escritura. Es triste, no solo porque se pierde el valor de la escritura manuscrita y sino porque se ignora el poder educativo que tiene el esfuerzo personal de cuidar una escritura ordenada, de tamaño y formas bien controladas.
Tuvimos oportunidad de mejorar las cosas cuando en la Reforma educativa de los 70’ se difundió el empleo de la letra Script para el aprendizaje de la escritura y el pasaje a una letra redondilla luego de dominar la primera. Pasado ese tiempo las cosas quedaron en el aire. Y ahora hasta se pone en duda la necesidad de la escritura manuscrita. Cunde la escritura digital, aquella que moviliza los pulgares sobre el teclado de los celulares y las computadoras, y hasta se tiene el recurso de dictarles con voz personal lo que se quiere que las máquinas escriban.Este es un asunto que debiera ser estudiado y debatido. Ya hay estudios que ponen en duda la eficacia de la escritura digital en las escuelas. Alumnos tratando de apuntar lo que se dice en las sesiones de clase pierden la oportunidad de construir significados a partir de lo que escuchan y su intelecto queda en peligro.
Así como la lectura no desaparecerá, así también debiera permanecer la escritura manuscrita, no solo para llevar agendas sino para emplearla en acciones de mayor valor intelectual. Tomar apuntes, construir mapas conceptuales, apuntar ocurrencias, escribir notas marginales, escribir para reflexionar lo en lo que salió de la mente, eso es valioso y en ello juega un papel importante la escritura manuscrita.Y paradójicamente, al mismo tiempo en que se pone en duda la necesidad de la escritura manuscrita y se descuida la caligrafía hay -aunque no muchos- quienes cultivan un arte nuevo, el caligraffiti (escritura en las paredes), aunque limitado a inscribir hermosas firmas personales. ¿En eso estamos quedando?