Manuel Valdivia Rodríguez
Es cierto que ahora la mayor parte de la gente escribe poco. El teléfono y los medios virtuales están cumpliendo el rol que se otorgaba al lápiz y papel; la voz y la imagen están llegando a ser más efectivos que los mensajes escritos.
Lo que está sucediendo no implica que la educación renuncie a la enseñanza y desarrollo del lenguaje escrito; por el contrario, es preciso que la escuela profundice su trabajo recuperando el lugar que le corresponde a la escritura, de una parte, como un medio de expresión creadora, y de la otra como recurso de aprendizaje y construcción de conocimiento.
Para definir la responsabilidad de la educación respecto de la escritura conviene reconocer que, en el caso de la escritura funcional, ésta progresa subiendo dos escalones: El primero es el comunicativo; el segundo, más importante, es el cognitivo, que a su vez tiene dos niveles, uno que podemos llamar cognoscitivo y otro que puede ser llamado epistémico (término éste que tomo del estupendo libro de Paula Carlino “Escribir, leer y aprender en la universidad”).
En el escalón comunicativo los estudiantes aprenden a escribir mensajes destinados a una difusión personal y a veces colectiva: esquelas, tarjetas de saludo, cartitas, fáciles de escribir porque se emplea un lenguaje coloquial y los temas son familiares. De allí la escritura se extenderá, grados después, hacia textos más amplios.
Casi al mismo tiempo, los niños comienzan a utilizar la escritura con una finalidad cognoscitiva, de la cual no son conscientes porque generalmente obedecen a indicaciones de los docentes. Lo que se hace generalmente se reduce a escribir dictados, copiar algo o resumirlo, presentar respuestas a exámenes, etc. Así, de algún modo inician el empleo textos funcionales.
Este comienzo lamentablemente no es bueno. La copia, el dictado, la transcripción de algo que se aprendió de memoria, no son tareas que ayuden a la formación de las capacidades para producir textos funcionales. Éstos deben ser producto de una reflexión personal o de una búsqueda en grupo para encontrar y ordenar lo que se va a decir.
Mas no se trata de preocuparse aisladamente por la escritura o la lectura. Se precisa de una metodología que los atienda en conjunto. Y ni siquiera sólo eso: Es preciso enfocar la atención también al hablar y escuchar. El lenguaje verbal se compone de estos cuatro aspectos, que pueden enriquecerse mutuamente si es que son incorporados como un conjunto dinámico en el trabajo de la escuela.
Una labor que comience incluso en la Educación Inicial, viviendo plenamente el ámbito de la oralidad, puede culminar, en el término de la Educación Básica, con jóvenes que se valen del lenguaje en todos sus aspectos, y no solo para comunicarse, sino para pensar mejor, para producir conocimiento, para intervenir en la marcha de la sociedad y la cultura. ¿Difícil? No. Enteramente posible si nos proponemos una Reforma para el Desarrollo Integral del Lenguaje. Esta reforma es urgente y podemos emprenderla.
Lima, Marzo, 2022