UNA VACUNA CONTRA LOS LIBROS

Manuel Valdivia Rodríguez

Tengo a la mano dos ejemplares de la novela David Copperfield, de Charles Dickens, el gran novelista inglés de la Era Victoriana. Producido hacia el final de la vida de su autor (1849-1850) este libro se halla entre los mejores que escribió Dickens. Henry James relata que, de niño, se escondía debajo de la mesa para escuchar embelesado la lectura en voz alta hecha por su madre seguramente para otros familiares. Tolstoy, Dostoievski y Kafka tuvieron frases de elogio para el libro destinado a figurar siempre en cualquier antología de la literatura universal.  Uno de los ejemplares que hojeo  fue publicado en  excelente traducción  por la editorial Ramdom House Mondadori, en Barcelona, en 2006. Es un volumen de 1125 páginas, en tipoTimes de 10 puntos a espacio normal. Como el original inglés, tiene 51 capítulos.

El otro ejemplar es una versión “adaptada”, publicada para los estudiantes  que quieran incluirlo en su Plan Lector, por una editorial “de cuyo nombre no quiero acordarme”. Esta versión tiene 315 páginas, impreso en letra grande (Times de 12 puntos) y con una interlínea de poco menos de espacio y medio. Esta versión presenta solo 39 capítulos. ¿Cómo se ha conseguido esta reducción? Fácilmente: resumiendo, recortando, tasajeando, retirando descripciones, prescindiendo de retratos y paisajes, evitando adjetivos y gerundios, quitando, en fin, capítulos enteros; es decir, dejando en armazón de alambre lo que fue la prosa excelente de Dickens.

Una obra literaria es siempre una unidad de forma y contenido; no se puede tocar una sin mellar la otra. Puede ser un soneto o un hayku, joyas de orfebrería, o puede ser una novela, siempre un vasto universo. En cualquier caso, la  obra literaria es intocable. Como las alas de una mariposa, cualquier roce les quita brillo y les impide impulsar el vuelo.  Alberto Escobar decía “…cualquier método de estudio que maltrate o descuide la unidad y unicidad del texto literario, restringe y puede incluso clausurar las vías que permitan apreciarlo como objeto estético, como creación artística” (La partida inconclusa, p.35 ). Además, una obra literaria es patrimonio de un país o, por último, de la humanidad. Y como tal merece, si no veneración,  máximo respeto. Apenas son permitidas por inevitables  las traducciones[1]; pero no son tolerables las adaptaciones[2].

Quiero  mostrar con un ejemplo lo que se ha hecho con el libro de Dickens en la adaptación de marras. Tomo de cada versión una parte de la primera página de la novela.

Dice la versión ceñida al original:

«Teniendo en cuenta el día y la hora de mi nacimiento, la partera y algunas comadres de la vecindad, que ya sentían un vivo interés por mí varios meses antes de que tuviéramos ocasión de conocernos personalmente, afirmaron, primero, que mi vida sería desgraciada y, después, que gozaría del privilegio de ver fantasmas y espíritus…»

Dice la adaptación:

“En concordancia al día y hora de mi nacimiento, quedó sentado, por la matrona y por algunas vecinas primero: que yo estaba destinado a ser desgraciado en la vida y segundo: que tendría el privilegio de ver fantasmas y espíritus…».

Obsérvese cómo han cambiado de sentido las frases; obsérvese la pésima puntuación de la adaptación; obsérvese cómo se ha dejado de lado una frase incidental llena de humor.  Imagínese cómo puede entender –o malentender-  un lector limeño la frase “yo estaba ser destinado a ser desgraciado en la vida”.

Y como el resto del libro sigue con ese talante, de lo escrito por Dickens no queda nada.

¿Y aquello de la vacuna?

¿Qué dirá al cabo de los años un joven que leyó la adaptación? Dirá sin duda que leyó la novela y que no le gustó. Y si alguien le propusiera la lectura del texto original, respondería «¿Para qué si ya lo leí y además me aburrió?». Ese es el efecto vacuna de que hablo. Y así vacunamos a los chicos contra Don Quijote de la Mancha, Los tres mosqueteros, Nuestra Señora de París, Crimen y castigo, y todos los libros que ahora se vende adaptados para hacerlos más digeribles por los niños y jóvenes.

Y después nos quejamos.


[1] No en vano pervive la frase “traduttore: traditore”. Las traducciones, sin embargo, tienen plena justificación (cuando están bien hechas).

[2] En castellano solo hay dos adaptaciones de valor perdurable, ambas para acercar el Poema del Cid (compuesto en el siglo XII) al lector moderno: la de Alfonso Reyes, el mayor prosista en castellano contemporáneo, que nos ha legado una adaptación a prosa moderna, y la de Pedro Salinas, finísimo miembro de la Generación del 27, que trabajando en verso nos permite asomarnos a los broncos alejandrinos del poema liminar de nuestra literatura.

18 Responses to UNA VACUNA CONTRA LOS LIBROS

  1. Teresa Tovar dice:

    ¡Excelente artículo Manuel!
    Y eso que no mencionas que los chicos solo leen los resúmenes de las malas versiones. Sin cada vez más lejanos los tiempos en que los jóvenes y los adultos se sumergían dentro de un librop para saborearlo y para apropiarse de él.
    Teresa Tovar

    • Manuel Valdivia Rodríguez dice:

      Tienes razón, Tere. Y no por culpa de los chicos. Los profesores tenemos parte de la responsabilidad. Y los editores. No lo he dicho, pero publicar libros adaptados es también una forma de piratería que nadie denuncia ni persigue. Mucho, mucho es lo que tenemos por hacer.

  2. Muy atinado comentario y excelentes los párrafos escogidos para ilustrar el caso. Felicitaciones Manuel.
    León Trahtemberg

    • Manuel Valdivia Rodríguez dice:

      Gracias, León. Hay tantas cosas buenas que podrían ser acercadas a los niños y adolescentes, el pulcras y sencillas ediciones. En los últimos años se está produciendo como un «boom» de la literatura para niños y jóvenes. Empezar con lo bueno que hay. Habrá tiempo para llegar a los clásicos. Un abrazo.

  3. Buen artículo.

    Y no solo en los libros, sucede también en el mundo del cómic y de las películas – ahí sobretodo en los doblajes, hay mas de una que la gente que la vio doblada termino entiendo otra historia, sobre todo en el caso de las películas de Tarantino y directores así.

    Ademas esta el arte del maestro, para introducir a los jóvenes en la lectura. Los clásicos de ahora fueron novelas de aventura en su tiempo.

    Ahora en los tiempos del kindle y el ipad, no hay excusa de no tener las versiones originales.

    Lo que planteas es para la reflexión (y la acción).

  4. madrepora dice:

    pienso que si se trata de «abaratar» costos, de reducir para adaptarse al «nuevo estilo de lectura» impulsado por internet y afines, no podríamos optar por fragmentos… al menos así un pedazo de la torta puede quedar incólume, suficientemente delicioso como para recordar su nombre para más tarde?

    en todo caso, sí… condenables ¿editores traidores?… al patíbulo!

    gracias siempre por tu prosa, Manuel.

    • Manuel Valdivia Rodríguez dice:

      Hay formas decentes de presentar lo superior para facilitar el acceso. Estoy pensando en el hermoso libro de Alejandro Casona, «Flor de Leyendas», que lamentablemente es inhallable porque no se lo reedita. En él, Casona presenta fragmentos de textos antiguos en una excelente prosa moderna. Pero Casona es un gran dramaturgo y notable prosista.

  5. No trataré de ser aguafiestas, porque concuerdo del todo con usted. Pero creo que debemos acotar que la razón por la que se comete este crimen de lesa literatura con los libros es porque su lenguaje no es accesible a los chicos de hoy, y puede que por el empleo de literatura oral en los primeros grados. La incomprensión crea en muchos alumnos el mismo efecto que usted describe para la mala adaptación, casi criminal, que menciona. La idea de emplear fragmentos de ciertas obras, y además textos muy cuidadosamente escogidos parece realizable, junto con otras estrategias. Por cierto, en Ciencias Sociales pasa lo mismo con textos de Basadre y otros autores. No creo que haya «una» estrategia o conjunto de estrategias que pueda funcionar con todos los chicos de diversas niveles y procedencias. El problema es complejo, y merece que le demos más tratamiento. ¿Existe algún diagnóstico que podamos emplear como base? Mucho le agradeceré su respuesta.

    • Manuel Valdivia Rodríguez dice:

      Estimado Javier: Aprecio mucho su comentario. Y no es aguafiestas, porque en el fondo estamos de acuerdo. Es cierto que los muchachos no tienen un manejo del idioma suficientemente logrado como para apreciar el valor de un texto literario que está por encima de su nivel. Es normal que sea así: están creciendo, están formándose. Pero lo conveniente no es podar los textos para hacerlos asequibles. En todo caso, como usted dice, se puede escoger fragmentos, incluso capítulos enteros, como hacía la editorial Kapelusz de Argentina, con unos lindos tomitos “para el bolsillo” (por el tamaño y por el precio) y como se hace mucho en los textos escolares franceses, que proveen de un resumen bien escrito como marco del fragmento que van a presentar. Hay recursos que se puede usar con inteligencia en vez del recurso vitando de “adaptar” un texto, y sin decir siquiera en qué consistió la adaptación. Un saludo cordial.

  6. Lionel Vigil dice:

    Hola Manuel,

    Considero muy pertinente haber abordado el tema en los tiempos en el que aparentemente lo clásico compite con lo moderno (entendiéndose moderno por contemporáneo). Comparto tus apreciaciones, así como las opiniones vertidas. Así como existen malas adaptaciones y traducciones, existen también buenas (lamentablemente muy escasas) y cuando se dan, debieran también reconocerse como arte. Pero bueno, ¿quien podría fungir tener la capacidad de hacer adaptaciones sin hacer perder la calidad de la obra de un clásico de la literatura? Cuando le pregunté a mi hija por qué su profesora de literatura quien se muere por la poesía y las obras literarias les indica que lean novelitas de baja calidad, eso sí publicitadas por una de las editoriales más sonadas de nuestra lengua me dijo que la profesora le respondió: «la verdad es que no puedo recomendarlea a Vargaas Llosa porque ni yo misma la entiendo, salta de una historia a otra, de un tiempo a otro, lo cual me impide seguir la secuencia, me pierdo y me aburro». Y, es que esta profesora siendo especialista en su tema y no siendo seguramente una mala profesora, no tiene sin embargo la capacidad de apreciar las novelas de Vargas Llosa, un autor contemporáneo que se ha formado leyendo y releyendo a los clásicos y encontró su propio estilo y que ha logrado inspirar a muchos autores jóvenes, no creo que pueda promover en sus alumnos, leer obras completas clásicas como: David Coperfield, Los Miserables, Madame Bovary, Crimen y Castigo, El Quijote de la Mancha, Moby Dick, sólo por mencionar algunas.
    Como en todas las cosas, lamentablemente en el arte también prima el factor económico sobre el arte mismo y un afán de entregar a las nuevas generaciones obras resumidas para que pudan decir que han leído que es una manera de que tanta gente pueda decir que sí ha leido y que practica dicho hábito (en su acepción original) en un mundo en el que cada vez pesa más el hecho de aparentar antes que el de ser.

    • Manuel Valdivia Rodríguez dice:

      Saludos, Lionel:
      Das en el clavo. Uno de los factores que contribuyen al interés por leer algún libro es el docente. Por principio, todo docente debiera ser una persona culta, con buen gusto, capaz de «separar la paja del centeno». Y los alumnos lo perciben. No se puede decir que un poema es bello o que un libro es bueno si no se siente esos valores.Y debe ser un buen lector, para mostrar los hallazgos del escritor, para hacer visibles las rutas que debe seguir el lector novel. Pero eres optimista, Lionel, al pensar que hay gente que aparenta cultura. Ya no. El prestigio va por otro lado.

  7. Rogelio Carrera León dice:

    Estoy de acuerdo con lo que usted manifiesta con respecto a lo que realmente se le quita a la obra literaria cuando se hace una adaptación, resumen o tal vez otra cosa, pero supongo que éstas responde a un tipo de lector ya bien identificado (al que no le gusta leer). Además, puede ser para abaratar costos y que los alumnos accedan a su lectura. Pero de cierto es que nada justifica el objetivo que tiene que cumplir la obra literaria en su originalidad frente a los estudiantes.

    • Manuel Valdivia Rodríguez dice:

      Creo, amigo Rogelio, que no se puede dañar una obra consagrada para acercarla a un lector que no gusta de la lectura. Mucho menos para abaratar costos. El problema es muy complejo, pero el camino para resolverlo no es la adaptación de obras.

  8. Gracias por su respuesta anterior. Cambio de tema, aunque relacionado. Una cosa que he notado es la ausencia de criterio y sensatez para enfrentar el problema de comprensión lectora evidenciado desde PISA 2009. Se ha metido texto tras texto y libro tras libro como si con cantidad fuéramos a resolver el problema, aunque resulta útil para decir cosas como «se repartieron tantos libros». De ahí que aterricemos en «soluciones» como los malhadados resúmenes. Por cierto la vez pasada leí uno del Quijote no demasiado malo, pero que perdía lo mejor de Cervantes. Creo que un tema descuidado en la enseñanza hoy en día es la aplicación de estrategias de comprensión lectora remedial, que deberíamos emplear en toda la secundaria en comunicación y sociales, por lo menos. Y con los textos intactos en su real dimensión, como es la idea. Hay una brecha de comprensión lectora y redacción muy grande, reflejada en la Universidad y el mundo laboral.

    • Manuel Valdivia Rodríguez dice:

      Tiene usted razón, Javier. De muy poco sirve poner libros al alcance de los niños y adolescentes si no se ha conseguido que tengan capacidades de lectura suficientes para aprovecharlos, sea para aprender, conocer y comprender el mundo o para disfrutar, sencillamente. Habrá que acudir en muchos casos a estrategias remediales, como usted dice, pero sobre todo hay que formar a los muchachos como lectores. La educación primaria tiene la responsabilidad de sentar las bases, y la secundaria debe afianzar las capacidades adquiridas hasta lograr la consolidación de los estudiantes como lectores autónomos y eficientes. Esto último es competencia de todos los profesores del nivel, y no solo aquellos que llevan el área de Comunicación. Estoy convencido de esto. Justamente ese es el tono de la diplomatura que por fortuna coordino en la PUCP: Didáctica de la lectura y producción de textos funcionales en la educación primaria. Disculpe el comercial, pero debo decirlo: los docentes de todas las especialidades deben aprender –ese es el caso- cómo orientar en el aula la lectura de los textos de su campo. Ese es nuestro empeño en esa diplomatura. Saludos cordiales.

  9. Lavy Serkovic dice:

    Mi querido y siempre acertado Manuelito, necesitamos más personas como tú que nos abran y limpien la mente a los que estamos en el mundo editorial y que, debido a la demanda, caemos en la tentaciòn de las famosas adaptaciones. Hay tantos cuentos cortos con los que se puede enamorar a los niños e iniciarlos en el mundo maravilloso de la lectura que no hay la necesidad de «malograr» algo que, cuando lo lean ya más grandes, tenga sabor propio.

    • Manuel Valdivia Rodríguez dice:

      Hay tanto en la literatura contemporánea que no sería difícil poner al alcance de los muchachos textos excelentes, completos si son cortos o con una buena selección de fragmentos escogidos si son extensos. Los vendedores de Lancombe o Carolina Herrera apenas obsequian una gota de sus perfumes para que cientos, miles de clientes paguen de por vida sumas astronómicas por media onza del producto. Por qué no va a ser así con la poesía o la novela. Si un lector gusta de Vargas Llosa, Aeguedas, García Márquez, Saramago –no tienen que ser muchos- con eso puede bastar. Y si después de acerca a Góngora o Cervantes, “miel sobre hojuelas”. Si no, no importa. Los clásicos no son precisamente astros de multitudes. Los editores, querida Lavy, tienen que pensarlo, fomentando con el pago de los derechos de autor o con premios periódicos la creación de una literatura para niños y jóvenes. Como ya lo están haciendo, felizmente. Da gusto ver en los escaparates para lectores jóvenes los libros de Díaz Herrera, Oscar Colchado, Heriberto Tejo, Jorge Eslava y otros, con unas portadas ilustradas por excelentes dibujantes que apenas frisan los treinta años. Un abrazo, Lavy.

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